En su columna para “El Economista”, Pamela Cerdeira habla sobre “El negocio del resentimiento”.
El negocio del resentimiento
López Obrador no inventó el resentimiento, sólo lo detectó, lo nombró (La Salida, 2018), y lo sigue explotando. ¡Que se chinguen! Me decía un asaltante al que entrevisté hace algunos años. Su vida, que por lo que alcanzó a narrar, había sido una pesadilla desde su infancia, abandonado por sus padres, y también por el Estado. Fue un chico que creció con una hermana adolescente embarazada. Las caras de terror en sus víctimas, lo llenaban de adrenalina, y -que se chinguen- porque a él, la vida le había hecho eso desde que nació.
La desigualdad en nuestro país está latente en cada colonia, no se tienen las mismas oportunidades, la familia en la que naces determinará tu alimento, acceso a salud y oportunidades. Los casos en los que la pobreza no es determinante son excepcionales. Y ante una mayoría en situación de pobreza, tenemos una clase media nunca nombrada, inexistente de todo discurso político y una pequeña élite.
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Diferencia entre los muy ricos y los muy pobres
La diferencia entre los muy ricos y los muy pobres ha sido explotada hasta al cansancio por quien fue candidato y sigue actuando como tal. La mañosa comparación entre los Oxxos y las tiendas de la esquina es el más reciente de los ejemplos. Aunque el estilo de vida de su descendencia coincida más con la de los muy ricos que con la de los pobres, el discurso sigue siendo efectivo.
Y así, como el asaltante al que entrevisté, para muchos quienes siguen manteniendo su fe en este gobierno, la sostienen en el -que se chinguen-. Cuántas veces no ha repetido el presidente: es que están enojados, es que perdieron sus privilegios, es que ya no pueden hacer lo que hacían antes. Pero eso tampoco es cierto.
El estilo de vida de quienes más recursos tienen en el país no ha cambiado un ápice. Quienes hacían negocios con el gobierno los siguen haciendo, ejemplos hay de a quienes este gobierno les ha resultado todavía más redituable. Los muy ricos, seguirán siendo muy ricos, a estos se les sumarán otros más que han encontrado la forma de hacer negocios con el nuevo gobierno. Quien paga siempre los platos rotos, y se reduce, es la nunca visible clase media.
El o la empleada que perdió su trabajo o vio reducido su sueldo, el o la emprendedora que tuvo que cerrar su negocio porque la pandemia arrastró con los ahorros de toda una vida. Los que verdaderamente se chingan, son los que nunca son vistos. Los que no reciben un programa social pero sostienen desde su fuerza de trabajo y carga impositiva todos los caprichos de quien se encuentre en el poder.
Así, este gobierno sigue sosteniendo su poder en un discurso que de desmenuzarlo sería suicida; uno que nunca prometió sacar a las personas pobres de la pobreza, sino sólo, ponerlas primero y a la vez, tener cada vez más pobres.
No te pierdas la columna de Pam Cerdeira en El Economista.