Hace un par de días, la senadora y fundadora de Morena, Bertha Caraveo, publicó en Twitter el siguiente mensaje: “La criminal imposición del Osito Bimbo en distintos productos incumple el etiquetado claro y la NOM-051. Es una vergüenza. Esta jugarreta da una clara muestra de la falta del compromiso de la mafia del azúcar con la niñez mexicana y su salud. ¡Ya basta!”
Ya he escrito antes, el porque me parece que la necesaria batalla contra la obesidad está siendo enfrentada con la peor estrategia. Ataca a la comida procesada pero no ofrece alternativas. No educa. No da herramientas. Es idéntica a la estrategia de constante propaganda del gobierno que no se explica, no se entiende, si no es a través de la mirada de lo otro: el malo, el enemigo, el neoliberal, los anteriores, los periodistas, lo que sea que quepa para antagonizar, le ayuda a definirse. Pero me pareció, en el mensaje de la senadora, que la elección de las palabras era bastante curiosa: la mafia del azúcar.
Somos un país en el que la delincuencia organizada puede salir armada hasta los dientes, llegar a una de las calles más vigiladas en Jalisco para abrir fuego en plena tarde en un restaurante, arrastrar un cuerpo a la caja de una camioneta y continuar su camino. Somos un país en el que “aparecen” bolsas con restos humanos a un lado de una vía rápida. Del mismo país en el que los sicarios pueden confundir a familias con mujeres y niños con grupos rivales y quemarlos hasta dejarlos hechos cenizas. Del mismo en el que los familiares de los migrantes tendrán la esperanza de encontrarlos por algún resto de sus ropas que haya sobrevivido, en una fosa clandestina o adentro de una unidad quemada. Del mismo lugar en el que la gente vende tanques de oxígeno y entrega tanques de helio. En ese país, el nombre de mafia no se le da a la delincuencia organizada, a los cárteles de drogas que reclutan menores de edad, a quienes los matan tras usarlos como halcones o mensajeros. La “mafia” es un título que se le da a la iniciativa privada.
En las palabras que se eligen para llamarles se sabe quién es amigo, quién es enemigo y a quién por su poder se le debe y guarda respeto. A quienes ellos llaman “mafia” son empleadores y generadores de riqueza que se traducen en impuestos, que terminan por pagar sus sueldos y costear sus ambiciosas campañas electorales.
Para las verdaderas mafias del país, hay abrazos y no balazos. Para los demás, un espacio en ese lugar en donde se sienta al enemigo, y miren que entre tanto mal que voltear a ver, eligieron un extraño enemigo.