Son los tiempos del miedo. Y no del miedo común, ni siquiera del que inició con la pandemia de coronavirus.
Es el miedo al poder, ese poder que se ejerce con la entraña. No recuerdo, otra época en que funcionarios, servidores públicos, personal médico, proveedores de gobierno y miembros de todo el aparato que rodea de una u otra forma al poder tuviera tanto miedo a hablar.
Lo mismo si se trata de alguien a quien le han bajado el sueldo, obligado a firmar una carta donando un porcentaje de sus ingresos, o si ha atestiguado actos de corrupción. Porque hablar implica el riesgo a perder tu trabajo, o ser expuesto en la tribuna mañanera, exhibido, puesto a la merced ya sea de la Unidad de Inteligencia Financiera, tú o tus familiares, o en el mejor de los casos en manos de una horda digital que roerá tu pasado, presente y entorno hasta que llegue la próxima carnada.
Esta no es una sola historia, son varias, las de distintos trabajadores del sistema de salud.
Por un lado, están los residentes de alta especialidad. Se trata de médicos generales que están estudiando su segunda especialidad, a quienes a lo largo de los últimos años se les han retirado sus becas. Pero están trabajando en el hospital para aprender. Estos médicos, cuyas lecciones académicas hoy están detenidas, porque el trabajo lo está acaparando la emergencia, siguen asistiendo a trabajar, son quienes hoy también atienden la situación. Así que arriesgan su vida, sin beca, sin ingresos, sin seguridad social, y sin estarse preparando para la especialidad que estaban haciendo. ¿Podrían no ir a trabajar? Por supuesto, pero está el miedo a perder su espacio una vez que la emergencia termine.
También está el personal de salud que trabaja en áreas que no son Covid. Quienes como no están en las zonas que atienden específicamente a pacientes con coronavirus no reciben el material de protección que tanto le encanta presumir al gobierno cada vez que llega un avión. Tiene miedo a contagiarse. Porque si uno tiene riesgo a contagiarse en el metro, pues podemos imaginar lo que representa para cualquiera que trabaje dentro de un hospital.
Está el personal médico a quien no le hacen pruebas hasta que tenga fiebre, o aunque la tenga, porque tampoco hay pruebas, no siempre, no las suficientes.
El personal del IMSS a quienes los “bonos” no les llegarán porque les dieron permiso sin de sueldo al inicio de la contingencia por estar dentro de la población de riesgo, pero que al inicio de la fase 3 tuvieron que egresar a trabajar.
Ante el miedo, el discurso repetitivo de la esperanza, del cambio que no llega, del México nuevo que solo vive en la cabeza de quien lo dice.
Pero también, ante el miedo, la sociedad organizada, que la necesitamos hoy, más que nunca.