Crecí en un hogar en donde los niños teníamos prohibido entrar a la sala, fue un hogar amoroso, pero el culto al adecuado mantenimiento de los objetos era constante y rigurosamente practicado.
Mi sala, en cambio, ha sido cama para perros, trampolín y algunas veces laboratorio. Tengo una opinión sobre el cuidado de los objetos un tanto distinta a la que tenía mi mamá. El escritorio sobre el cual escribo estas líneas tiene algunos trazos involuntarios por el movimiento descuidado de objetos pesados, pero cuando era un lienzo impecable, a tan sólo unas semanas de haberse estrenado, un muñeco de palitos cuidadosamente labrado sobre la madera con la punta de una pluma hizo su aparición. Por supuesto, molesta, le aclaré al incipiente artista que el mueble no es para dibujar, sin embargo cada vez que me siento a trabajar, el muñeco de media sonrisa me cuenta una historia. El muñeco, el letrero de LOL, lo que ahora me parece un corazón y el golpeteo descuidado que la silla ha hecho en la madera de todo el estudio hablan sobre el paso de mis hijos en mi vida y en mi espacio. Un día, no se me abalanzarán encima para que les juegue en lugar de estar trabajando, un día mi computadora les parecerá poco útil, un día mi escritorio será un lugar lejano; sus desperfectos son para mí, como las arrugas en el rostro: una forma de contar mi historia.
Sé que esta es la historia romántica sobre un bien privado, pero creo que lo público es un reflejo magnificado de lo privado. Los grafitis en nuestros monumentos están hoy contando una historia, la dolorosa historia de los feminicidios. La violencia que algunos leen en sus mensajes, no es ni de cerca la violencia que se ejerce de forma sistemática todos los días sobre las mujeres, esos mensajes son apenas un grito de hartazgo. Nos duele, no porque nos cueste (nadie ha pagado un impuesto adicional por los trabajos de limpieza ¿o sí?), nos duele porque nos obliga a mirar nuestro lugar más incómodo. El Hemiciclo a Juárez en tan sólo veinticuatro horas puede contar tres historias: el legítimo reclamo de las mujeres por un país sin violencia, la torpeza en los trabajos de limpieza y por último, las prioridades y poca sensibilidad del secretario de Relaciones Exteriores, todos ellos explican el México del 2019.
Pocas son las marchas que se libran de actos que impliquen algún daño, lo interesante de las marchas de las mujeres es que estos grupos no son grupos de choque, por el contrario, reivindican, explican y justifican sus formas. Quien quiera que haya escuchado los lamentos de una madre sin hija, no podría mas que coincidir.
Creo que quizá, nuestra obsesión con los objetos y su conservación impoluta responde a que sabemos que estos seguirán ahí, de pie, mucho después de que nosotros nos hayamos ido, son un constante muestra de nuestra fragilidad.