El éxito de un evento en el Auditorio Nacional puede medirse en el número de revendedores y coches que rodean el lugar. La noche del 6 de agosto, caminar era la mejor manera para llegar a tiempo. ¿Le faltan boletos? ¿Le sobran? Desde el Monumento a los Desaparecidos ya estaban los verdaderos dueños de las entradas, los marchantes del Gran Bazar de los boletos, el brazo “oculto” y más eficiente de Ticketmonster (sic). El boleto advertía que la puerta se cerraría a las 20:15, sin embargo, la larga fila sólo para entrar al Auditorio hacía que esto se antojara imposible. ‘Tercera llamada’, se oía en la explanada, ‘tercera llamada’. A pesar de las siete terceras llamadas, la gente no se sentía apurada, había buen ánimo y esperaban pacientemente a que les permitieran entrar; por primera vez, las bolsas no fueron revisadas. Finalmente logramos entrar, como las otras nueve mil novecientas noventa y nueve personas que se dieron cita para ver ‘Despertares’. En medio de una crisis económica, en el incidido del descenso de una quinta ola de covid, con una inflación arriba del 8% y boletos de hasta cuatro mil y cacho pesos, no cabía una sola persona más en el Auditorio Nacional. ¿Fueron todos a ver ballet?
Se abrió el telón y salió Isaac Hernández, sólo Isaac Hernández. La gente aplaudía pero también se alcanzaba a escuchar un grito, no era de los ídolos pop y a la vez sí. En el México convulso, el México del narco, en el México que nos tragamos el cuento de que repudiamos el éxito ajeno, en el México machista, el país fue rescatado por más de dos horas por un bailarín de ballet, su bailarín de ballet.
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No odiamos el éxito ajeno, celebramos que Isaac triunfe en una disciplina de la que entendemos poco, que los hermanos que empezaron un sueño en el patio de su casa en Jalisco, regresen a México para presentarnos a sus amigos, y con ello unos cuantos minutos de los y las mejores en distintos géneros de la danza.
Sin despliegue tecnológico, ni escenografía alguna, salvo por una pequeña sala en uno de los números, un tablón de tap y una tarima para los músicos, nada más. El escenario lo llenaban los cuerpos y su talento.
“Otra, otra”, eso se escucha en los mejores eventos en los que el público espera otra canción, aquí no gritaban, simplemente el público no se iba. El telón volvió a abrirse tres veces más después de la despedida, de las flores. Con algunos ramos esperando en el piso, las y los bailarines regresaban a hacer lo suyo, y los espectadores éramos testigos de una fiesta, una reunión de amigos en la que cada quien pasa al centro para demostrar por unos segundos lo que mejor sabe hacer. “Uooooo” y el aplauso, ese era el grito que seguía a un salto, una pirouette, un paso acrobático, lo que fuera.