Conocí a Sandra Luz gracias a una vecina suya, me buscó por WhatsApp y pidió ayuda, me mandó las fotos del seno de su amiga con algo que parecía un hongo gigante, era el cáncer, invadiéndole la piel.
A unas cuadras de donde se cayó un tramo de la Línea 12 del Metro, vive Sandra. Me dejó claro que no era su casa, es de sus papás quienes ya están retirados. Sus hijos, un niño y dos adolescentes se asomaban de pronto a la entrevista. Nos sentamos en su sala, y antes de siquiera empezar la entrevista, comenzó a llorar. Me contó que no quiere morir, que ella hizo mal en no atenderse en diciembre, pero no podía dejar de salir a vender, de eso vive, de vender “chucherías” (juguetes). El tumor le fue detectado en una jornada de salud en noviembre del 2021. En enero el médico le dijo que tenía 50% de posibilidades de salvarse: “Yo me puse muy alegre, porque dije, ya me van a atender, pero cuando vi hasta cuándo me iban a hacer los estudios, era hasta finales de febrero.” Sandra pasó por el Centro de Salud, el INCAN, FUCAM en donde se hizo algunos de los estudios pero no pudo iniciar el tratamiento porque no le alcanzaba (FUCAM recibía recursos del Seguro Popular lo que le permitía atender a muchas mujeres como Sandra, sin embargo, esto terminó cuando fue cancelado por el gobierno de López Obrador), después en el Hospital General, en donde en un principio no le hacían válidos los estudios que se había hecho en FUCAM. Finalmente, tenía fecha para iniciar la quimioterapia el 20 de mayo, acudió puntual al hospital, en donde otra vez, le dieron cita para junio.
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Mientras platicamos, sus padres revisan una camioneta vieja, la quieren verificar, ya no la usan, quién sabe si pase, pero se distraen mientras ven a su hija apagarse. Imagino la doble tragedia que enfrentan, la posibilidad de perder a Sandra, y después, la responsabilidad de tres nietos para quienes ya están retirados.
Cuando hablé con Alma, la historia era similar. Un ir y venir entre instituciones sin recibir atención. A diferencia de Sandra Luz, ella sí sabía que iba a morir. Hizo un gran esfuerzo para tomar la llamada, pero quería hacerlo porque creía que era importante alzar la voz. Para ella, el gobierno estaba dejando morir a los que ya no le servían, las y los enfermos de cáncer. Su apreciación coincide con la constante promesa incumplida: medicamentos, quimioterapias, que nunca están, o no completas, o no en tiempo, o no con la regularidad necesaria.
Si los médicos cubanos vienen a suplir a los mexicanos, si serán mejor pagados, si se irán a zonas donde manda el crimen, todo eso da igual. Pero para el gobierno, es mucho más conveniente mantener la conversación de salud en otro lado, que no sea la tragedia de aquellos a quienes se les está matando.