Cada gobierno deja un mensaje, una nota al final o en el curso de su gestión sobre hacia dónde debería caminar el país en cuanto a sus dirigentes y sus gobernantes.
A modo de preámbulo me gustaría recordar cómo el discurso del entonces aspirante a la presidencia, el ahora Titular del Ejecutivo Federal, Andrés Manuel López Obrador, capitalizó los 30 millones de votos que, a su vez, escoltó la popularidad a prueba de balas que actualmente sobrevive a las decisiones más polémicas del mandatario.
Una narrativa que encajonó a sus opositores como una camarilla de la vieja escuela, un lugar en la política baldío de ideas, con propuestas ineficaces y metodologías enviciadas. Una fórmula añejada por años de la cual el gobierno actual goza sus bondades y que dio el aliento necesario para colocar a cualquier perfil en un puesto de elección popular.
Desde 2018, una mirada con desesperanza se ha posado en las fuerzas políticas de oposición, con la vaga certeza de que, en algún momento, surgiría de ahí una agenda o nuevos rostros que lograran encarar al gobierno emanado de Morena, sentando incluso bases para unas elecciones reñidas tanto en 2021 como en 2024; sin embargo, no fue así.
El mensaje de la administración de Andrés Manuel López Obrador es muy claro y se mantiene completamente a la vista, recoge las deudas que el autonombrado gobierno de la Cuarta Transformación mantendrá con sus gobernados y que no estarán dispuestos a solventar durante su vigencia.
Esta ‘lección’ tiene que ver con la necesidad de un liderazgo erigido de cuerpo completo en la sociedad civil. Una conclusión a la que el PRI, PAN y PRD se han tratado de montar a través de su fórmula de coalición ‘Va por México’, pero que no termina más que provocar cejas levantadas.
México tiene pendientes decisiones de gran calado y que la política, en todos sus colores, ha sido reacia a asumir por los costos con su electorado. Temas que han visto de frente al habitante de Palacio Nacional que, necio y pobre en su discurso, torea las exigencias confiado en el respaldo de su gente.
Es, sin duda, una senda cuesta arriba que tenemos como sociedad para derribar viejos monumentos y así nuevos puedan surgir. El levantamiento de movimientos vigentes preparados para la cancha política y el desgaste de una popularidad que decidió no tomar los riesgos necesarios para dar un giro de timón radical en el país: dos circunstancias que definitivamente no se habrán concretado de cara a 2024.
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Excelente Columna.!! Éxito tabo.!!! Un fuerte abrazo