Todo empezó con la compra de una funda para mi celular. De por sí me parecía que la funda era cara, pero su promesa de proteger el teléfono de las futuras miles de caídas, hacía (al menos en mi cabeza) que valiera la pena. ¿Quieres la funda? ¿No quieres también la billetera que se pega a la funda? ¿El cristal para proteger la pantalla? Si todos nos la pasamos tirando el celular, ¿por qué esos súper modelos que superan los treinta mil pesos y tienen más tecnología que la primera computadora que llevó al hombre a la Luna, no pueden ser resistentes a las caídas? No te preocupes, también tenemos un seguro que por dos años te protege contra tu propia estupidez ¿Qué tal un lazo para que puedas colgar el teléfono al cuello? Ya que la cuenta rebasó lo que tenías pensado pagar, entonces llegó la última oferta: paga un poco más y te entregamos tu compra antes. ¿Poooor? Si tienen la posibilidad de producir y entregar mi compra en 5 días, ¿por qué tengo que esperar de 15 a 20 para recibirla?
Imaginaba lo ridículo que esto sería en el mundo real, ir a una tienda, pagar lo que quieres llevarte, y que el cajero te diga: “si paga más se lo doy ahorita”. Y sin embargo, la idea de pagar más por el mínimo del servicio que merecemos ha invadido casi todas las esferas.
¿Tienes una tarjeta más cara? Entonces puedes formarte en una fila que te permite saltarte a todas las personas que llegaron al banco antes. ¿Pagaste el Global Entry? Bye, bye a las largas filas de migración. Puedes pagar más para abordar antes el avión. ¿Por qué te convendría abordar antes? Porque si abordas al final, es probable que no encuentres espacio para poner la maleta, a pesar de que también pagaste por el derecho a llevar una maleta de mano contigo. ¿Quieres tener acceso siempre a los mejores conductores en el servicio de movilidad que utilizas? Espera, tenemos una suscripción para eso.
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¿Recuerdan la época en la que los estacionamientos eran gratuitos? Hoy hay que pagar por estacionarse en el lugar donde vas a comprar, también debes atenderte tú solo, asegurarte de llevar cambio suficiente y billetes no muy arrugados para que la máquina los pueda reconocer. Sólo es cuestión de tiempo para que alguien se le ocurra una membresía que funcione para tener acceso a todos los estacionamientos del país y que te garantice lugares sólo para miembros que están cerca de la entrada para que no tengas que caminar demasiado. ¿No tener que dar vueltas para encontrar un lugar? ¡Aceptado! ¿Se puede pagar en línea? ¿Funciona con recargas? ¿Puedo dejarles quinientos pesos por adelantado para que siempre tenga dinero? Ahí les va, mi dinero y mis datos, qué coche uso, cuáles son sus placas, qué día y cuánto tiempo me estaciono y en qué lugares.
¿La tarjeta de crédito? ¡Claro que les pago la membresía! Me permite beneficios inigualables, la posibilidad de no tener que pagar cargos no reconocidos en lo que hacen una investigación. ¡Qué suerte! ¡Qué decentes son! Pago un poco más porque no tengo que sostener interminables conversaciones con una grabadora, y un ser humano me responde después de haber marcado tres números más. ¡Wow!
Nos hemos convertido en ciudadanos y consumidores sin poder. Aceptamos servicios mediocres porque entendemos que la calidad, la entrega rápido, el mejor conductor, la primicia sólo lo obtendrán quienes estén dispuestos a pagar más. Pareciera que el servicio de excelencia dejó de ser una prioridad para las empresas, porque por ese, siempre se puede crear un nuevo producto por el que tengan que pagar. ¡Y pagamos!
Vale decir, que no pagué por recibir mi funda antes. Esperé el máximo de tiempo límite y esta no llegó. Escribí en dos ocasiones a la empresa y me ofrecieron un descuento por la molestia. La segunda vez, me gaslightearon en un correo en el que aseguraban estaban dentro del margen de envío (claro, volvieron a mandar un nuevo pedido, el primero seguramente se perdió), este segundo tardó 5 días en llegar. ¡Podían haberlo mandado antes! Pero por qué apurarse, si los ciudadanos de segunda no estamos dispuestos a pagar más.