Margaret Atwood imaginó una distopia que bien podría ser la versión feminista de 1984. “El gran hermano” son “los ojos” que trabajan para el régimen formado por hombres estadounidenses ultra religiosos cuya meta principal es salvar a los estadounidenses de una epidemia: la baja en las tasas de fertilidad. Con esta excusa, las mujeres fértiles son puestas a trabajar como “criadas” para las casas de los generales, quienes son violadas en una especie de ritual que justifica la brutalidad, con el fin de que den a esa familia poderosa, un hijo. Las criadas visten túnicas rojas y tienen una especie de sombrero que no les permite ver más allá que lo que tienen delante. No deben platicar entre ellas, ni leer, las revistas y libros han desaparecido, y la lectura de la biblia está sólo permitida para los hombres. Mujeres que eran académicas, doctoras, abogadas, pierden su nombre para convertirse en “De” y el apellido del patrón en turno. La similitud con nuestra costumbre en la que las mujeres dejan de utilizar su apellido paterno para ser la Señora de… no deja de ser escalofriante. Hay una razón por la cual la novela de Atwood es aterradora, porque vemos destellos de realidad en ellas: las mujeres utilizadas para la reproducción en la renta de vientres, los consejos de hombres decidiendo el papel de las mujeres tan solo la semana pasada en un congreso organizado por una organización cristina.
El cierre de fronteras de un día para otro, lo hemos visto a lo largo de la pandemia. Pero no podíamos imaginar, el momento en que mujeres libres vieran la facilidad con la que sus derechos podrían ser arrebatados hasta que vimos lo que sucede en Afganistán con la entrada de los talibanes. “Sus derechos serán respetados conforme al Islam”, dijeron. Conforme a su interpretación del islam. La foto de un trabajador pintando de blanco la imagen de una mujer en un anuncio en la calle, se convirtió en el simbolismo de todas esas mujeres que corren el riesgo de simbólicamente desaparecer.
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Margaret Atwood tiene una técnica infalible, todas las piezas que conforman su novela tienen sustento en algo que leyó en algún diario. Una comunidad que viste a las mujeres de cierta forma, otra en donde les prohíben leer, esos pequeños cachitos de realidad le permiten a través de las letras construir un mundo que podía suceder en cualquier momento.
Creemos que en materia de derechos es imposible retroceder, pero esto puede ser un engaño, y tiene que ser una lección siempre presente. La libertad, la de cruzar de un país a otro, la de vestir como queramos, la de recibir una educación, la de pensar, la de expresarnos, no siempre estuvieron ahí y no podemos darlas por sentado. Nadie quita derechos descubriendo sus verdaderas intenciones. Las peores atrocidades en la historia de la humanidad se han cometido en nombre de una “verdad” superior.
Las mujeres de Afganistán están hoy viviendo al filo de lo que Margaret imaginó. La indignación del mundo entero es necesaria, porque aunque lo veamos lejos, los derechos de todos y todas, están siempre en riesgo.