Marzo empieza a mediados de febrero, cuando las jacarandas empiezan a tapizarlo todo de morado. Caen sin pedir permiso, lo mismo en los jardines más elegantes, como en las banquetas roídas, las calles llenas de baches, los rincones obscuros, y los techos de lámina. Caen durante todo marzo, sin pedir permiso, sin importar si incomodan a quienes las odian porque tienen que barrer, o a quienes las amamos porque transforman todo lo que tocan. Cada año, si el invierno fue más frío, si este año habrá menos agua, si las condiciones son peores o mejores, ellas vuelven a cubrirlo todo.
Así es marzo, nos toca, nos cambia, nos llena de actividades y la vez nos obliga a caminar más lento, a escuchar, a discutir, a preguntarnos ¿cómo diablos vamos a construir esto? Facturamos y lloramos. Celebramos que se tipifique la violencia con ácido y nos lamentamos porque sabemos que sucede en un estado, en un país en donde impera la impunidad, en donde se castigan los delitos, pero no se detienen a los delincuentes. Marzo es un huracán, nos hace hablar, a decir lo nunca contado, nos rompe el corazón y luego nos pega los pedacitos.
No importa si te vistes de morado o no sales a las calles, pero no las puedes ignorar. El 8 de ese mes verás a otras gritar, hacer por única vez en el año las calles suyas, es el único momento del caño en el que las caminas sin preocuparte quién te ve, cómo te ve, si tendrás que correr a esconderte en el próximo restaurante, si salir sola es un riesgo, si alguien te va a tocar, solo porque puede porque estás ahí. Y quienes se queden en casa las verán, y sabrán que también gritan por ellas, que alguna representa su historia, que la obligan a mirar hacia adentro y que marchan por las que no pudieron llegar, por las que están siendo buscadas, por las que fueron obligadas a callar, por las que desaparecieron, por las que ya no están, y por las que vienen para puedan “ser” mucho más libres.
Ese es marzo, el incómodo, el que te obliga a abrir heridas para revisarlas, el huracán morado. El mes en el que podemos palpar que ninguna está sola.