Ana, nombre falso de esta pequeña de doce años, llegó al Hospital General después de que el hombre que la llevaba hubiera recorrido tres hospitales en el Estado de México que le negaron el ingreso, y un par más en la Ciudad de México. La pequeña se había tomado varias pastillas, que encontró en casa, en un intento fallido por quitarse la vida. Quien la llevó al hospital dijo ser un “tío político”, no era su padre, no legalmente, así que después de dejarla le ha sido imposible regresar a verla, en el hospital no se lo permiten.
Pero hay alguien que ha podido visitar a Ana. Cuando esta mujer va a verla, Ana se acomoda en posición fetal dándole la espalda, y no deja de llorar durante la visita. Es la madre biológica de Ana, en su vientre lleva a quien será su octavo hijo. ¿Llevará la cuenta? A la que visita en el hospital le es tan ajena a la madre como a la hija, es una mujer adicta a quien la maternidad le estorbó y decidió regalar a su hija cuando solo era una bebé. La familia que la ha cuidado, la que Ana reconoce como suya, la que le da dinero a la madre biológica para que la visite y le lleve los medicamentos que solicitan, es la misma para la que el hospital, la autoridad, y las leyes, es invisible.
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La historia no es tan simple, y pareciera que la ceguera es colectiva. En el hospital, Ana escribió un par de cartas, explica a quien ella identifica como su madre, que quiso quitarse la vida tras haber sido víctima de abuso sexual por parte de un familiar. El hospital, haciendo lo correcto, dio aviso al Ministerio Público, quien, como si se tratara de una papa caliente, mandó la carpeta al Estado México. La familia de facto de Ana conoce de la denuncia, sin embargo, no han sido informados por parte del Ministerio Público, lo que reina es el silencio.
El caso está ya en manos de la Procuraduría de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes del Estado de México, pareciera, durmiendo el sueño de los justos. Se cumplen ya tres meses de que Ana llegó al hospital. La familia que ella identifica como suya, no puede entrar al hospital a verla, porque poco o nada importan los lazos de los años, cuidados y el corazón, si no existe un papel que lo documente.
“Ellos me cuidan mucho, los extraño y los necesito”, dibujó Ana en una carta en la que está la familia que ha cuidado de ella, a quien identifica como mamá, al señor que la llevó al hospital a quien llama papá y sus hermanos.
Si vemos su historia, leemos sus cartas, escuchamos a sus papás, podemos ver como Ana ha sido víctima de todo un sistema echado a perder, quien abusó sexualmente de ella, le arrebató las ganas de vivir, y con ello, su consecuencia ha sido arrebatarle también a quien identificaba como su familia, y hacerle de un hospital en el que ya no debería de estar, su casa por los últimos tres meses. Mientras tanto, la madre biológica aparece y desaparece esporádicamente, el presunto violador sigue haciendo su vida, Ana ha sido víctima de la vida, de un hombre, y ahora del sistema.