Eran pasadas las diez de la noche del 3 de mayo del 2021, apenas había encendido la computadora para empezar a escribir, cuando entró la llamada de un número desconocido al teléfono que desde hace años utilizo para comunicarme con el público.
-¿Es usted de la televisión, de la radio? Se acaba de caer el metro, hay muchos muertos, no hay policías, no ha llegado nadie- me dijo un señor al otro lado de la bocina.
Le pedí su ubicación y algunas fotografías, en ese momento solo había una publicación en Twitter con la misma historia, en una cuenta con pocos seguidores y que todavía no alcanzaba ningún tipo de atención.
A diferencia del sismo del 2017, los vecinos que rodeaban la zona observaban, mientras los policías les pedían alejarse para evitar ponerlos en riesgo en caso de que el resto de la estructura colapsara. Llegaban servicios médicos, militares, policías y la jefa de gobierno tardó poco en estar en el sitio, y contestar las preguntas de la prensa que ya se había reunido. Entre quienes observaban, corrían de un lado a otro quienes buscaban a sus familiares, y pedían información de aquellos que habían sido trasladados al hospital.
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La tragedia de la Línea 12 ya recordaba su conflictiva historia, la de los trenes y la vía, la del largo periodo cerrada, y la que nos lleva a recordar que todas las personas involucradas con ella siguen hoy en puestos de poder. La tragedia del 3 mayo contaba también como siempre las peores tragedias caen en el peor de los lugares. La alcaldía Tláhuac se encuentra entre las que tienen mayor población en situación de pobreza. (Coneval)
-Nosotros, los que llenamos sus oficinas en Insurgentes y Reforma, los que usamos sus restaurantes, no vivimos aquí, vivimos allá en Tláhuac, en donde las calles no están bien pavimentadas, en donde no hay seguridad, en donde puedes quitarle la vida a alguien por $3,000. -me dijo un vecino de la zona con quien pude platicar varios días después del accidente, y quien ya sacaba las cuentas de lo que ahora le implicaba llegar al trabajo sin la línea 12.
Durante toda la semana pasada escuchamos a autoridades del gobierno de la Ciudad de México enumerar los millones de pesos que recibieron las víctimas y familiares de las víctimas, las múltiples atenciones, becas y atención psicológica. También escuchamos al abogado de las familias que no han aceptado el acuerdo reparatorio. El dinero, por mucho que sea, no repone la pérdida de un ser querido, la atención médica no es un acto de caridad, es la respuesta mínima indispensable por parte de la autoridad. Y sin embargo, los datos, los números, las atenciones, las historias de las víctimas, todo quedó sepultado en una última frase: “deficiente, mal ejecutado, tendencioso y falso”. Era Claudia Sheinbaum hablando de la tercera entrega del reporte de la empresa DNV para conocer la causa raíz del accidente. El conflicto de interés lo fueron a encontrar en un abogado que litigó contra el presidente López Obrador… ¡en el 2012! También lo ligó a Mexicanos contra la Corrupción, uno de los “villanos favoritos” del presidente. El problema de este discurso es lo gastado, el problema de este discurso es también que quienes planearon, construyeron y mantuvieron la línea pertenecen al mismo grupo de personas, y fue a ellas a quienes se les cayó. En lo que debe ser una de las peores estrategias de control de daños, lo que logró Claudia Sheinbaum, es lo que se consigue cuando un libro se sataniza, que ahora todas las personas queremos saber lo que dice el tercer reporte de la línea 12.