En las sobremesas se debate ¿está bien que Will Smith haya golpeado a Chris Rock? ¿Lo golpeó por la reacción de su esposa? ¿Es la violencia la clásica respuesta machista ante quien se siente agredido, o por defender a su esposa que se sintió agredida? ¿Es más violento el golpe que el chiste? ¿Tendríamos que trazar una raya en el humor? ¿Existen acciones que deban ameritar una respuesta violenta o la violencia nunca es aceptable? ¿Habría sido más poderoso reaccionar de otra forma? Según las encuestas, 3 de cada 5 estadounidenses consideran que estuvo mal haber golpeado al conductor de los premios. Lo interesante es que el resultado cambia según la edad de los encuestados, mientras entre los mayores de 65 años, 72% considera que estuvo mal, sólo el 45% de los que están entre 18 y 35 años lo ven así. ¡Cuánta carga lleva el afectado! Además de recibir el golpe (emocional) debe controlarse, pensar fríamente, y en cuestión de segundos reaccionar de una forma que no sea moralmente reprochable. Las opiniones expertas parecen coincidir, Will no debió de haber golpeado a Chris Rock, dejó a su esposa en medio de dos actos violentos, el chiste y el de su esposo. ¿Estaríamos entonces debatiendo sobre el humor y sus “límites” y no sobre las cachetadas?
Yo creo que depende, depende la situación, depende de quién golpea. Generalmente juzgamos las acciones, nuestras leyes están escritas para así hacerlo, sin embargo, creo que “el motivo” es un factor relevante, pero todavía más que la acción y el motivo, es quién lo ejerce.
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Hace muchísimos años, formada para pagar mis compras del súper, una señora ya muy mayor decidió pararse delante de mi carrito y meterse en la fila, miré asombrada, cuando su esposo, un señor también mayor, se paró a su lado sin remordimiento alguno. Mi esposo le dijo: oiga, se metió en la fila. El señor volteó a verlo, y regresó sin remordimientos la vista al frente. Eso amenazaba por convertirse en una discusión, en la que sin importar a quién le asistiera la razón, nosotros íbamos a terminar expulsados de la tienda. De saque, estábamos en el equipo perdedor ¿quién no iba a defender a dos adultos mayores? Sobra decir que nos quedamos con el coraje, y los señores con nuestro lugar en la fila. Es una fila en el súper, no es relevante, podría haber sido hasta un acto de cortesía dejarlos pasar antes, pero seguro los cuatro estábamos atravesando un mal día, pero esta historia ejemplifica cómo hay ocasiones en las que independientemente de si te asiste o no la razón, por el lugar en el que estás, no puedes responder con la misma fuerza, o de la forma en la que te gustaría.
Periodistas y personas públicas recibimos todos los días insultos que trascienden nuestro trabajo, adjetivos y hasta amenazas que no tendríamos por qué tolerar de ninguna manera, sin embargo, sabemos que si respondiéramos con un insulto similar, podríamos correr el riesgo incluso de perder nuestro trabajo. No podemos darnos el lujo del arrebato.
Todas las mañanas, cuando es cuestionado por organizaciones defensoras de periodistas por la forma en la que sus ataques y descalificaciones ponen en riesgo a todo el gremio, el presidente contesta: “yo no me voy a dejar”. No ve, o no le interesa ver, la desproporción en una descalificación hecha por un periodista a través de una investigación que revela datos, contra la adjetivación hecha por el Jefe de Estado, con todo el poder, medios y fuerza que tienen sus palabras. Si ante todos los eventos o enfrentamientos alguien tiene que ser la mejor persona, la mesurada, la que actúe en su mejor versión, el presidente no lo es.
Las ocasiones en las que he reaccionado impulsivamente, siempre acabo arrepintiéndome y regresando con la cola entre las patas a disculparme, y a la vez, he vivido situaciones en las que siento que querer ser la mejor persona, me estorbó. Como en todo buen debate, no hay respuestas sencillas, pero quedo en esta frase de una gran amiga: “el loco siempre es el que grita” (no importa lo demás).